He escuchado hablar de este libro
durante prácticamente toda mi vida pero nunca me he decidido a
leerlo...hasta ahora. En programas de televisión, en el trivial,
algún amigo que me hablaba de él pero nunca me ponía. De hecho, me
lo han tenido que dejar porque no lo tengo. Algo a lo que pondré
solución mas pronto que tarde, crisis mediante. Basta que me
recomienden un libro para que sea reticente a leerlo y este no es que
lo recomendaran, es que lo comparaban con ¡Cervantes! Algo que me ha
parecido totalmente pretencioso, algo así como comparar a Mahoma con
Cristo. Es cierto que el protagonista de La conjura de los necios,
Ignatius J. Reilly es comparable con el Caballero de la triste
figura, pero de ahí a comparar a sus autores...
Y es que este
Ignatius es el Quijote del siglo XX, un personaje en sí mismo.
Totalmente anacrónico, fantasioso e inverosímil pero que se adapta
y lucha, a su manera, con unos molinos nada cervantinos: su madre, el
sexo, el trabajo, las relaciones sociales, la política...el
antipersonaje por excelencia, con el sarcasmo como lanza. Escrita de
forma incomparable, cada uno de sus personajes trasmite sentimientos,
formas de pensar, actuar, con cuyas vidas el autor juega
entrelazándolas a lo largo de la novela. Pero será Ignatius el que
destaque sobre todos ellos, probablemente uno de los mejores
personajes jamás creados. Un individuo odioso, repulsivo, onanista y
grosero capaz de sobrepasar el límite que lleva de la sinceridad a
la ofensa pero hacia el que rápidamente se siente afecto. De treinta
y pocos años, vive con su madre y por distintos y etílicos avatares
de la vida, se ve obligado a salir de su pringosa habitación y
buscar trabajo. El resto viene rodado. Una de sus frases ejemplifica
muy bien su existencia: “Yo había tenido poca relación con ellos,
en realidad, pues sólo me relaciono con mis iguales y como no tengo
iguales, no me relaciono con nadie”

Su autor, John Kennedy Toole, bajo una
profunda depresión y totalmente frustrado se suicidó a los 32 años
sin ver publicada su obra. Fue su madre la que, recorriendo muchas
editoriales y algunos años después, consiguió que la publicaran,
siendo galardonada al poco tiempo con el Pulitzer.